viernes

Falconer

Falconer
John Cheever
Emecé - 2005




Me hablaron de Cheever con una pasión que pocos escritores despiertan. Entonces lo leí. Y si ya había quedado atrapado por el fluir de su pluma en los textos (atropellados siempre por las insoportables traducciones para el lector español), Falconer profundiza las ganas de leer más del autor. Porque hasta esta, considerada atípica en perspectiva de su obra, es puro Cheever. La novela no carece de violencia, maltrato, dolor, soledad, relaciones homosexuales, masturbaciones, encierro como toda novela de cárcel que se precie, pero en ningún momento es obscena y hay tramos de un humor tan filoso y ácido que da gusto. No le es necesario contar por qué cada personaje está ahí. Ni siquiera el momento del fratricidio por el cual está encerrado el personaje principal de la novela, tiene excesiva importancia por sobre su lectura personal del crimen. La cárcel pasa a ser una comunidad que es interpretada de tantos modos distintos como hombres hay allí. Los hombres no son buenos o malos de acuerdo a qué lado de las rejas duermen; la justicia es algo de otro mundo, el mundo que les es privado a los presos y no se discute; y ambas confluyen en un extraño contrato social nuevo. Ese es el trasfondo del mundo carcelario leído por el autor: una superficie narrativa explosiva contenida en una falsa calma.

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lunes

La conjura de los necios

La conjura de los necios
John Kennedy Toole
Anagrama - 1990


¿Qué se puede agregar a todo lo ya dicho sobre la mejor novela norteamericana contemporánea? ¿Que tuve que abordarla como 5 veces hasta que entré en su trama y ya no pude despegar de sus efectos? ¿Que cuando llegué al final quería que no terminara, que le crecieran hojas a la novela? ¿Que lamenté no poder dimensionar qué es lo que podría haber escrito JKT de no haberse suicidado metiendo una manguera conectada al escape dentro del habitáculo de su automóvil a los 32 años, desmoronado por la negativa de los editores? Su lectura provoca un antes y un después en la vida literaria de un sujeto: no importa cómo, el lector se modifica. Con el moño de una preciosa metáfora extraliteraria: fue su propia madre quien insistió hasta lograr que se diera a luz, en formato libro, a esa brillante obra póstuma que es La conjura de los necios, tal como lo hubiera hecho Irene, la madre de Ignatius, con la obra escandalosa, encendida e incorrecta de su hijo.

Por esta novela, JTK recibió el premio Pullitzer 12 años después de su muerte. Esto hace pensar, una vez más, en el ojo que lee un texto, en qué es lo que lee allí y qué es lo que apuesta un editor a manos de la novela de alguno de sus escritores. Sin el arrojo al escribirla, sin el riesgo de editarla, hoy estaríamos privados de una novela genial. JTK lo sabía: el epígrafe de Swift no es inocente: el genio contra el cual conjuran los necios es él mismo. Sabía que su novela es una obra maestra, estaba seguro de ello. Seguro al punto de morir antes de verla publicada.


PD: lamento profundamente que la edición en castellano haya respetado diseño original, al punto de colocar en la tapa ese dibujo que nada tiene que ver con ese inmenso (en toda la amplitud del término) personaje que es Ignatius J. Reilly.

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miércoles

El africano

El africano
J. M. G. Le Clèzio
Adriana Hidalgo - 2006


No creo en las casualidades aunque me gustan como figura literaria. En los últimos tiempos pasaron por mis manos novelas en las cuales los escritores cuentan fragmentos de la vida de sus padres. El africano es un thriller sentimental, un relato con preciosos trazos de poética, veloces, salvajes. La relación del texto con el título provoca un giro interesante: la identidad no tiene que ver con el lugar de nacimiento tanto como con las tierras en las que transcurre el del desarrollo de la vida y que no siempre coinciden. En ese desfasaje, en esa figura corrida sobre otra idéntica que al trasluz deja entrever el desvío, se mueve Le Clèzio para ir y venir en su vida y en la de su padre. Para narrarse narrándolo y viceversa. Si convenimos, entonces, que la Patria se lleva consigo y, por extensión, que no hay otra Patria que el sujeto que somos, ese terreno es el del lenguaje. Enmarcada entre dos líneas tensas -el África colonizada que puja por la liberación; y la distancia entre ese continente (donde trabaja el padre como médico de tribus) y Europa (donde viven madre e hijos)-, toma una potencia tremenda cuando los mundos colisionan y el narrador describe el continente negro desde la perspectiva de su niñez.

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