miércoles

Mi oído en su corazón

Mi oído en su corazón
Hanif Kureishi
Anagrama - 2005


Mi relación con este libro comenzó con una adivinanza. El título de Kureishi ya había estado en mis planes de mi cumpleaños de 2006 pero, Ian McEwan y John Berger de por medio, el delantero inglés de origen pakistaní del dream team de la literatura inglesa, quedó para la Navidad. Mi amada me pidió que adivinase qué libro me iba a regalar. Y cón sólo ver el color crema de la colección de Anagrama, lo supe. Hasta que lo abrí, esperaba una novela de Kureishi sobre su relación con su padre. Y me encontré con una novela de Kureishi sobre su relación con su padre funcionario del montón y escritor frustrado. Sólo puedo hablar desde mí: es en la tensión entre hijo-escritor-édito/exitoso vs. padre-escritor-inédito/fracasado donde la escritura de Kureishi brilla. ¿Por qué escritura? Porque Mi oído en su corazón es dificil de encasillar: novela, autobiografía, ensayo, novela sobre novelas, biografía, crónica... Es como un jugo multifruta tomado en la playa. Uno disfruta del conjunto cuando el conjunto es armónico, suave. Sin embargo, el hechizo se rompe cuando en medio del trago asedado aparece una semilla, un trozo de cáscara, un hollejo, una esquirla de carozo. Ahí se pierde de vista la playa y todo se tiñe de ese fragmento molesto, de esa imperfección que viene a romper la ilusión del paraíso. Todo comienza con el encuentro no tan fortuito de un manuscrito. Un manuscrito que estaba destinado a llegar a sus manos como un legado. Este punto de contacto del relato con Ella de Henry Rider Haggard me predispuso a disfrutar de una otra aventura, ya no en tierras míticas, en compañía del saber, la fuerza y la belleza irresistible en busca de la vida eterna, sino en las tortuosas geografías del tiempo entre padre e hijo. Esa novela que Shanoo Kureishi entrega al editor de su hijo y que permanece en poder de éste hasta que, a 11 años de muerto Shanoo, hace entrega del manuscrito a Hanif. Es el hijo-escritor-édito/exitoso el que comienza a bucear en el texto desparejo de su padre, a cotejarlo con los escritos de su tío Omar Kureishi quien, de algún modo, parece ser el que indica, con sus ensayos novelados, un rumbo que la novela de su sobrino no termina de elegir. Cierta hipernecesidad de contextualización histórica de una historia sin tiempo hace que se cuelen un par de semillas molestas: obviedades marxistas; una tenaz llovizna periodísitca (sea o no un grado cero...); drogas, chicas y excesos pop de ciudad inglesa; una afortunadamente difusa tendencia a ciertos lugares comunes del bienpensar. Si uno logra sacar esas asperezas de la boca, si puede abstraerse y lograr no perder la sensación de paraíso por un rejunte de molestias menores, puede disfrutar de una búsqueda universal que se renueva en cada sujeto: el peso de la palabra del padre.

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