miércoles

Un altar para la madre

Un altar para la madre
Ferdinando Camon
Losada - 2002


Es grato recibir un libro como de regalo de cumpleaños. Y más grato es cuando ese libro es absolutamente desconocido. Y si hay algo que supera a todo eso es cuando en la lectura se produce el encuentro con la lengua del escritor. En Un altar para la madre esa lengua no es el español al que ha sido traducida, ni siquiera es el italiano original: la lengua de este libro es esa madre muerta, ese padre que construye el altar, ese sujeto narrador, es el tono íntimo de ese fantasma, el recuerdo, la vida en el campo, los silencios prolongados, el sentimiento fundido en aspereza de los padres campesinos. Atravesar este texto es atravesar una aventura íntima. El lugar del rezo, la permanencia del fantasma, la consistencia de la muerte. Ferdinando Camon es una sorpresa, al menos para mí. Su pluma se desliza por metáforas y anécdotas rayanas con lo autobiográfico. Es cierto: las referencias del escritor en su literatura, cuando lo escrito es ficcional, pasa exclusivamente por las fantasías del lector. Se puede imaginar a Camon en el campo viendo el cuerpo encorvado de su madre. Se puede adivinar la rudeza de la mesa familiar, el peso de una tradición de dedicación a un trabajo que termina siendo la vida misma. Esa madre que, una vez muerta, retorna y retorna. Camon hace un enroque interesante y se corre del lugar del espectador: ese retorno, entonces, se convierte en preguntas. Preguntas cuya posibilidad de respuesta (más allá de la respuesta concreta en sí) es un camino que se abre, incluso, a pesar de esa madre; del peso de ese personaje, inversamente proporcional a la ingravidez del alma muerta.

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