martes

Zapatos italianos

Henning Mankell
Tusquets - 2006


Hace tiempo pensaba en la precisión de la palabra en aquellas novelas no policiales de escritores cuyo fuerte es (en tanto reconocimiento de la obra) la novela policial. Zapatos italianos es una de esas novelas. Y, a su vez, es una historia que trasciende a un género, porque sin ser policial, lo es; sin ser una novela de amor, lo es; sin ser un mural de color local, lo es. Y así pasando por la novela de iniciación, la novela erótica, el el diario íntimo, el registro periodístico. La traducción de Graciela Montes Cano casi no se nota: es una cicatriz cuyo rastro deja al descubierto una forma de belleza y la imposibilidad de acudir al libro en el idioma original. En definitiva, el texto no se muestra dañado a ojos del lector en español. Mankell es un virtuoso que maneja los hilos del relato con un ritmo tal que, sin necesidad de hacer vertiginosa la lectura, provoca ganas de seguir leyendo el libro. En síntesis, parece haber dado con la cadencia justa para narrar lo que narra. Y, por si fuera poco, habla del amor y del discurso amoroso; de la fantasía; de lo im/posible.

Otra de las virtudes del escritor sueco reside en exponer varios tipos de llagas sin resultar obsceno ni desagradable. De ese modo, desafecta el texto de todo rastro de golpe bajo e instala una dimensión poco habitual: una cara límpida del dolor; una muestra indiscutible de algunas bajezas extremas con palabras que las eximen de provocar revulsión para dar paso a una tensión que se instala muy cerca al drama existencial, de las preguntas profundas como las aguas heladas de la laguna que es parte de una promesa de amor en el relato. El por qué del título es, entre otras cosas y en el tránsito de la lectura, una muestra de la sutileza del relato.

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La Isla del Tesoro

Robert Louis Stevenson
Selecciones Juveniles de Editorial Eva - 1963


Jorge Luis Borges sostenía que los mejores libros son aquellos que se leen, nunca los que uno escribe. Más allá de la precisión o no del asunto, sostuvo sus dichos con una relectura constante de la obra de Robert Louis Stevenson, en quién reconoce a uno de sus maestros. La Isla del Tesoro es un escrito que marcó a fuego la novela de aventuras y plantó bandera, precisamente, dándole entidad propia de subgénero a la novela de piratas y búsqueda de tesoros y constituyéndose en una novela de iniciación en los clásicos de la literatura universal. Inspirada en el dibujo de un mapa que hizo su hijastro, Stevenson construye su propio mapa y con él la trama de la novela. Los primeros capítulos los forjó a pura tertulia familar, incluyendo a su padre, de quien Stevenson tomó la meticulosa descripción que hizo del contenido del cofre del tesoro del pirata Boone. Esta novela de Stevenson fue la que introdujo en el mundo simbólico de su época (y de las subsiguientes) la estética de los piratas en islas del mar Caribe; los loros sobre los hombros; los parches que reemplazan cuencas de ojos vacías y los ganchos que reemplazan manos y las patas de palo que reemplazan piernas; los mapas de tesoros en islas indómitas; las señales de su localización con una ó más X rojas. Tomando lo que estaba a su disposición (el Robinson Crusoe de Daniel Defoe, el Moby Dick de Herman Melville, entre otras influencias concientes o no), hizo lo que un buen chef: preparar con buenas materias primas un plato único, sabroso, que perdura en la memoria. Como si esto fuera poco, La Isla del Tesoro es, también, una lectura sobre el sentido social del uso del dinero y una elipsis moral sobre la ambición humana.

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